Dados los tiempos presentes, damos gracias por haber conocido otros tiempos pasados. Sitúo mi pueblo de nacimiento, que sirva como ejemplo de tantos otros, Villota del Páramo, provincia de Palencia a mediados del siglo pasado (1940-1950). Cubiertas las espaldas al Norte por la Cordillera Cantábrica, a una distancia de unos 60 Km. Su cielo de azul con algunas tiramiras* grisáceas que de vez en cuando con aires de suroeste traen lluvias insuficientes o dan sombra a estas tierras; mientras brota el agua en alguna fuente como lágrimas del subsuelo.
Con largos y fríos inviernos y calurosos y cortos veranos; esta tierra floja centenera, a 1000 m. de altitud; unos 4oo habitantes trabajan y piensan como hacer frente a necesidades diarias. Sembrando cereales: centeno, trigo y avena y patatas, muchas patatas. Algunos garbanzos, chochos*, fréjoles o lentejas. Las faenas del campo consumían a los hombres hasta que llegó el desarrollo. Y a pesar de todo pasaban calamidades para tener que comer. Cuidaban las zonas de pastizales para ovejas y vacas. No olvidaban de los prados y herrenes para el alimento de los ganados. Sabían bien que procedían de antiguos pastores.
Mientras en el patio de la casa familiar unas gallinas se alimentan para poner su huevo diario. En la cuadra rumia un par de vacas de labranza y en la pocilga descansa uno o dos cerdos de matanza.
Desde siglos sus moradores también se han dedicado al pastoreo. Rara era la casa sin un atajo de ovejas más o menos numeroso.
Su territorio municipal era morada de liebres y perdices y otros animales silvestres menos apreciados para la caza.
El trabajo era constante. En verano la recolección. En Otoño la vendimia, la siembra y traer leña para la hornacha*. En invierno arreglo de aperos y edificios y el cuidados de los animales domésticos. En primavera, haciendo adobes o sembrando “tardíos” (patatas, garbanzos…)
Se daba vuelta al moledero* en creciente y se cortaban árboles en menguante.
No se tiraba nada, todo servía. La palabra desperdicio no existía en el diccionario campesino por lo que se guardaba, “por si acaso”. Hasta guardábamos la grasa y aceite que sobraba. Se usaba para hacer jabón casero.
De su mente no se apartaba la idea de qué había para comer mañana.
No había frigoríficos, pero las carnes las conservábamos colgadas en la dispensa después de adobadas, bien salpimentadas y curadas al humo. Los torreznos de lomo de cerdo y chorizos se conservaban en las orzas* anegados en aceite o manteca. También vi meter los huevos de gallina en cal viva. Decían que así resistían más.
Cada año, no solía faltar la matanza que debía durar todo un año, ni carne de oveja vieja, patatas y alguna legumbre.
La madre de familia cocía cada diez o quince días, en la hornera el pan nuestro de cada día.
Si la dispensa quedaba vacía, el padre lo buscaba allá donde lo había.
Recuerdo que un año no habíamos terminado de beldar* y cuatro vecinas (entre ellas mi madre) cargaron sus burros con un saco no muy lleno de trigo para ir a Castrillo de Valderaduey (a 12 Km de distancia) al molino del Tátaro. Allí estuvieron el día completo; había que represar el agua por lo poco que el río traía. Llegaron con la harina y se pusieron a amasar el pan, pues en casa no quedaba ya.
También vi alguna señora quitar las manchas de la ropa con leche. Y hacer ricos mazapanes, orejuelas y rosquillas para el carnaval o la fiesta de San Pedrín*.
Otras necesidades no conocíamos. Solo cuando de mayores nos íbamos a pasar la tarde a la cantina (muy raro en días de semana) bebíamos un cuartillo de vino con un cacillo de aceitunas con algún acompañante. Al final siempre pagábamos a escote las dos pesetas y media, no más.
Aprovechábamos tiempos libre en recoger lo que la madre tierra nos ofrecía: aceras para ensalada en primavera, pescábamos ranas en verano o cangrejos y truchas en algún río de la Vega. En los montones de grano de centeno apartábamos neblones* para sacar unos reales.
Hoy las máquinas nos han desplazado, pero sus obras son más frías; parecen obras de mancos.
Uno de los varones de la casa era el pastor. Su trabajo diario era seguro de sol a sol. A veces alguno de los no necesarios en casa se ajustaba de pastor para el ganadero que lo precisase. Los pastores cazaban alguna liebre si se ponía a tiro. Les hubo que fueron maestros en poner trampas y cepos para ello.
Pantalones y chaqueta de pana que duraban una eternidad. Cuando se rompían se cosían y a correr. Unas zapatillas de andar por casa y si llovía o nevaba nos aviábamos con una albarcas.
En tiempo de recogida se finalizaba con el respigue*, si eran espigas, o a rebusco, si eran patatas, que en las tierras siempre alguna quedaba hasta después de pasar los animales.
Hasta he ido al monte de la Cerra* a apalear y recoger en los robledales abellotas* para los cerdos. Permitid una puntualización: mi padre estaba empeñado en cómo sacar aceite de las bellotas después de curadas y tostadas.
Aunque estaba prohibido y los civiles andaban a la mira, cazaban a hurtadillas al amanecer; siguiendo el rastro de las liebres, animales que tienen costumbre de acudir de mañana a su cama de siempre.
Los aldeanos de entonces podemos decir que hambre, hambre… no pasamos. Pero carecíamos de casi todas las comodidades de hoy: sin agua corriente, luz intermitente, sin radio y con moscas y mosquitos en los campos y ratones dentro de casa.
Eso sí, éramos muy solidarios: si alguno tenía necesidad se le prestaba ayuda en la medida que se podía.
Nuestros padres nos cuidaban, especialmente a las hijas mozas.
A las nueve de la noche todos a cenar, rezar el rosario y a descansar.
Las familias eran de numerosos hijos. Porque tener un hijo era una bendición de Dios y en el futuro brazos para el trabajo y un seguro para la jubilación de sus padres. No había otra.
En días de fiesta acudían otros jóvenes de los pueblos vecinos. A todos se les acogía, aunque alguno estropeaba las buenas relaciones con sus bravuconadas impertinentes.
Algunos tuvieron poca escuela. A todos nos sobraron picias*, aunque supiéramos que recibiríamos la recompensa por triplicado: del Padre, del Maestro y del Sr. Cura si se enteraba. Y eso si no se sumaba algún señor mayor para ser el cuarto.
A la mili se iba obligado. No en tanto, se decía que era paso necesario, ya que se iba mozo y se volvía hecho un hombre. No sé por qué, aunque era una vida mejor que la de su casa, se quedaron contados en las fuerzas armadas. Todos venían cuanto antes a casa de sus padres.
Como veréis, Villota fue “Tierra de Pan Llevar”, aunque poco.
Siempre mirábamos al cielo por ver el tiempo que en adelante haría. Apuntábamos las cabañuelas* en Agosto que nos indicaban el tiempo en los meses del año siguientes. Sin olvidar que a partir del día 13 se contaban los meses hacia atrás. Decía mi abuelo que la luna llovedera del mes de Octubre era señal de que los 7 meses siguientes serían lluviosos. Eran pedagogos rurales, sabios populares de una tradición secular. Sabían que el hormiguero alborotado presagiaba cambio de tiempo y posibles lluvias. Al tío Vicente le oí decir que el día de San Juan (24 de Junio) era clave en el año: había que observar su amanecer, la dirección del viento, si llovía o no,… hasta el atardecer, para saber el tiempo que iba a hacer en el año.
Hasta hacían de médicos populares para aplicar remedios caseros como:
-Manzanilla con anís para el dolor de barriga.
-Higos secos cocidos para las anginas inflamadas. Ocho días… y a olvidarlas.
-Vino caliente con miel para romper a sudar. Santo remedio para la tos, resfriados y para prevenir la temida pulmonía.
A los mayores y vecinos les llamábamos: tío Juan, tío Mariano, tía Tomasa, tía María… A los padres y personas mayores, los niños y jóvenes siempre les tratábamos de usted. A las autoridades se les guardaba respeto. Al Sr. Cura, si nos cruzábamos por la calle, se le saludaba besándole la mano; y nos apartábamos dejando libre la acera de la calle.
Añoro las carreras, los juegos de niños por las calles y las eras del pueblo.
Todo esto os cuento, y mucho más os contaría, para decir que la ciudad no es tan perfecta para vivir, comparándola con la que viví de niño allí en el pueblo.
Agustín de la Fuente
Vocabulario:
Tiramiras.-(vulgarismo) Nubes blanquecinas semejantes a telas de araña. Estratos alargados.
Chochos.- Altramuces.
Hornacha.-Hueco de la cocina bajo la trébede, unido a la chimenea donde se encendía el fuego.
Moledero.- Montón de estiércol procedente de la cuadra del ganado.
Orza.- Vasija de barro donde se conservaba partes de la matanza.
Beldar.- Aventar. Separar aprovechando el viento para separar el grano de la paja.
San Pedrín.-Fiesta en honor a San Pedro Advíncula (=desencadenado), se celebra el 1 de agosto.
Neblones.- Cornezuelo del centeno (decían que era producido por nieblas dañinas).
Respigue.-Acción de respigar o atropar espigas del suelo.
Cerra.-Robledal al poniente del poblado de Villota.
Abellotas.-(por bellotas) Frutos del roble o la encina
Picias.- Actuaciones molestas, chiquilladas o picardías.
Cabañuelas.- Ideas recogidas del tiempo que hace en los días del mes de Agosto para llegar a conocer el tiempo que va a hacer en el año siguiente mes a mes.
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