Como todos los años al llegar los días que ponen fin al año
natural, celebramos la Natividad del Salvador del mundo.
Para escenificar el misterio
y entender algo de él, colocamos el BELEN en un lugar dominante.
Siempre he visto en él el teatro de la humanidad.
Allí estamos todos.
Cada uno en su lugar: el panadero, el rey, la lavandera, el
pastor, el posadero y el leñador, un ángel, el herrero. Hasta invisibles magos,
sabios…, y hasta un “Herodes”.
Hay ovejas, pollos, caballos, patos, camellos, una vaca y un
burro..., y un pato.
Entre todos me preocupan las personas más o menos pudientes.
Me detengo ante una mujer que lleva un hijo en su regazo y
otros dos agarrados de la mano.
No puedo pasar por alto a un joven forzudo cargando
a un anciano. Al lado se oyen los golpes que moldean el hierro en la herrería.
Echo en falta los
pobres, los enfermos, los desahuciados, los sin techo, los hambrientos y
arruinados.
Entre todos, abundan las diferencias. Unos y otros crean un
clima (“¡UN BELÉN!”) irreconciliable mientras perdure.
Coexisten muchas cuevas y casas de pobres, alrededor un
palacio.
No te lo pierdas: “El Rey nace y mora en una cueva”.
Cada año veo aumentar los que desestabilizan; y disminuir
los trabajadores y los pacificadores.
Hoy nos asomamos al trampantojo del tradicional BELEN para
escenificar la realidad humana.
Brindo por los que lean estas líneas, implorando FELICIDAD y
PROSPERIDAD para todos; sin olvidar: Familiares, Amigos y Conocidos.
“¡Qué se me logre este pequeño gran deseo!”
Agustín de la Fuente