Gracias a Luci que nos ha pasado estas fotos para que las publiquemos, y a Agustín que ha escrito unas líneas al respecto.
LA TRILLA:
Para los que hoy que estamos gozando de descaso en nuestro trabajo o ya jubilados; al ver unas fotografías como las que aquí se nos muestran; nos acuden recuerdos de tiempos pasados, en los que no había descansos veraniegos. En los meses del estío era cuando más trabajo había en casa del agricultor.
Al contemplar escenas como las que nos muestran la fotografías, caemos en la cuenta de que no hace tanto tiempo, vivíamos todo el año de la recogida del cereal en los días de verano.
Como dicen los más ancianos, aquellos tiempos sí que fueron tiempos de crisis. Eran tiempos no aptos para lamentos como los que hoy se oyen.
Hoy el ambiente se asemeja a la de marqueses arruinados queriendo volver sobre sus pasos.
Recordando aquellos tiempos en los que pasábamos el año mirando al cielo al mismo tiempo que realizábamos las faenas de la arada y la siembra y otras hasta que llegaba la cosecha.
Llegado el verano, con calores que todo lo agostaban, el agricultor siega los cereales (trigo, centeno, cebada,…) para transportarla a la era al atardecer o al amanecer. Así se aprovechaba el calor del día para trillar, ya que con el frio la mies se aglomeraba.
En las fotos vemos al “tío Pedro” con su trillo, movido a paso de buey, con la última labranza que todavía quedaba en el pueblo. Las otras yuntas de vacas fueron sustituidas por tractores y los trillos se arrinconaron.
Al lado permanece el carro armado con sus picos para de nuevo acarrear mies para el día siguiente.
Su hermano Ángel, con la horca de madera, da la vuelta a la trilla para que las pajas aún largas fueran cortadas por las piedras del trillo. Al medio día se paraba para comer a la sombra del carro.
Y así todo el día, dando vueltas y más vueltas, hasta que bien molida, se amontonaba la trilla con el aparvadero, quedando a la espera de que la trilla acabase, y beldar separando el grano de la paja.
Ante estas estampas, echamos la vista atrás con el recuerdo de tiempos duros. Al final los rendimientos apenas nos quitaban las telarañas de nuestros bolsillos. Nos conformábamos con poder repetir las faenas agrícolas un año más.
No queremos volver a ese tiempo, porque “segundos tiempos, nunca fueron buenos” después de haber vivido otros mucho mejores. A estos les faltó el duende de las costumbres de aquellas trillas que hoy recordamos.
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